Gabriel Alvarez

Artista Visual

Graciela Marotta.
Rituales significantes

Gabriel Álvarez es sobre todo pintor, un pintor que goza del manejo de su técnica, que disfruta construyendo obra a partir de la materia....Leer más

Su trabajo surge de adentro hacia afuera de la superficie, de la materia, hacia la forma y el color que son parte de ella, porque ella es el soporte del discurso constituido a partir de una incisión que genera un dibujo primitivo, en el sentido de lo primigenio del artista y su entorno.
Álvarez con sus significantes aparentemente simples construye un mundo complejo entre el texto visual y contexto de su vida, una serie de imágenes donde pone de manifiesto sus ideas, sus gustos, así como denuncia su espacio y su tiempo.
Gabriel trabaja profunda y obsesivamente en su obra y se ocupa de la misma manera cuando enseña, analiza o investiga.
Este declarado obrero de la pintura también es un gran docente en su vida académica. Excelente formador de futuros artistas y preocupado investigador capaz de llevar la experiencia recogida en la construcción de la obra a la investigación de otros grandes artistas, tanto como la investigación a la praxis de su obra.
Hoy en Arcimboldo veremos algunas de la gran cantidad de obras realizadas por él en estos últimos veinte años, obras que con base de arena y enduído, nos descubren su mundo, teñido de conceptos identitarios, latinoamericanos, desde lo cotidiano a lo urbano, cuestión que logra destacar a partir de los rituales que ejerce en la constitución de cada trabajo, elaborando en ellos una cadena de significantes que son su discurso visual en ésta, su pintura.

Julio Sapollnik, 2006
Gabriel Alvarez pinta con pasión organizada; cada personaje que dibuja tiene el territorio que necesita para ejercer su libertad....Leer más

Muchas de sus obras se caracterizan por una profusión casi obsesiva de pequeños compartimentos, en los que coloca una figura o un signo. El resultado es una cuadrícula que, en algunas pinturas, divide la superficie hasta en más de cien partes. La utilización de esta estructura compositiva se le ha vuelto una manía de creación que, gracias al arte, deviene en la permanencia de un hecho estético que lo caracteriza. Esta organización aplicada sobre un sencillo material potencia su significado. Gabriel Álvarez trabaja con arena teñida aglutinada por medio de enduído y lijada. Así construye el soporte cual albañil levantando una pared, yendo del revoque grueso al fino en sucesivas capas de color. Por medio de un esgrafiado realizado con puntas de diferentes grosores, raspa la superficie hasta conseguir, en muchos casos, una gradación de tonos medios que emerge entre las capas del enlucido. La especial argamasa atrae óptimamente debido a esta resolución delicadamente texturada. Al mismo tiempo emplea tonos complementarios para alcanzar una atención intuitiva sobre el color luz. La línea del dibujo es clara y denota un particular cuidado en la síntesis lograda.
Gabriel Alvarez desarrolla la temática deportiva provocando una reflexión que surge del sentimiento y la pasión que genera el fútbol. El universo masculino está representado por la hinchada y su amor a la camiseta. Los diferentes colores aluden al anhelo de pertenecer a una sociedad en la que sea posible convivir en las diferencias. Los personajes quedan unidos por sus rostros de figuritas infantiles. Con la esperanza intacta abren los ojos y juntan aliento para vivir el momento donde comienzan los sueños. Son los pibes del potrero, expresión del barrio, fieles seguidores de su equipo acompañándolo con toda la parafernalia que los identifica, aguardando el encuentro con el toque mágico de la pelota, los cambios de ritmo, las gambetas, las piernas como poseídas, el descubrimiento de la libertad en los pies. Como un culto pagano que domingo a domingo se celebra con pasión, así el fútbol se convierte en espectáculo ritual y se erige como la nueva religión planetaria que convoca a multitudes. Pero Álvarez sabe que el fútbol bien puede complementarse con el arte. Ante la genialidad de una jugada, la estética del balompié logra sensibilizar a miles de personas bordeando las fronteras con el arte. Para el artista, ése es el mejor partido; para el contemplador es una manera inédita de ingresar a una cultura de expresión multitudinaria.

Norah Longo
El lado de la Piel

“El pintor no trabaja en reconstruir una anécdota, sino en construir un hecho pictórico”  Maurice Merleau Ponty...Leer más

Cuantas veces nos preguntamos: ¿cuál es el lado real de la piel? ¿Es su lado externo, epidérmico, aparente, superficial y palpable? ¿O su cara interna, dermis profunda, lábil, desprotegida, contenedora y elástica?
El lado de la Piel, título de la muestra, refiere a la interioridad y a la exterioridad intercambiable y en eterna reversibilidad y propone, como intención, indagar en esa vacilación, en el desliz y en la fragilidad del pliegue, en aquellas manifestaciones de los accidentes de la PIEL/LIENZO.
O tal vez, en esa imposibilidad de determinar su lado eficaz y/o veraz, revelado por sus incalculables heridas que vulnerando y reverberando en el seno mismo del proceso creativo, trasuntan y acumulan en su desplazamiento infinitas posibilidades de expresión.
Mundo comprimido, invisible, subjetivo y visual que transpira a través de su membrana como metáfora del proceso creativo, yendo y viniendo inquieto por los pliegues y la permeabilidad del soporte, correspondencia entre interioridad y exterioridad.
También, se infiere de ello, la corporeidad del órgano, piel en tanto recurso puesto en juego por el oficio, manifiesto capa a capa, pincelada a pincelada, creando porfiado sobre el soporte…Piel
Gabriel Álvarez, en esta oportunidad, nos presenta un conjunto de obras diferentes pero sin renunciar al dominio de su estilo.
La exterioridad que evocan estas imágenes proviene de una visión donde somos espectadores de una insurrección simbólica de los elementos que componen los cuatro elementos, las especies, los hombres, los sentimientos, el universo.
El Esgrafiado, como textura, convierte la materia de la obra en piel rasgada, exterioridad, escoriación intencional entre la conciencia y la experiencia, entre el cuerpo y las cosas, entre el deseo y la ilusión. La trama, algo oculta, se habilita bajo el amparo de una percepción y reconstrucción metafísica donde el tratamiento matérico es una provocación deliberada.
La pintura es utilizada en sucesivas capas extendidas para posteriormente modularla en espesor y cromatismo, logrando volúmenes sugestivamente palpables.
Materia áspera y piel resquebrajada como reminiscencia tramada, a partir de hechos infinitesimales e indescifrables de la trascendencia humana, pura y sin máscara.
De la urdimbre de esa materia surgen mundos alternativos, laberintos, atmósferas incorpóreas, situaciones y asociaciones imposibles. Como si la materia pictórica le dictara argumentos levemente insinuados, elementos figurativos que no son más que presencias sensibles en un espacio intemporal. Muchas veces signos amorosos a la espera de mayor complicidad.
Espesos magmas hechos de peces, soles, lunas, hombres e ilusiones, mezclados, no diferenciados y casi en estado rudimentario, todos ellos laten allí, en los lienzos como una poesía sin alusiones que nos hace un guiño de libertad probable. Esta impresión es alimentada por el color, que ofrece un aire tibio, suave, desnudo… un pliegue de serenidad en la conciencia. Nos cobija en la visión de una imagen reposada y solaz que nos da un descanso suspendido, aproximándonos a su imaginario donde el ojo paulatinamente nos acostumbrará a su poética.
El artista nos invitan a reflexionar entonces:
El lado de la Piel, no es, uno u otro lado, es el quiasmo, lugar de encuentro y de intercambio, no yuxtaposición, sino nudo esclarecedor. Es transición y conexión entre el paisaje interior y el universo exterior, es mundo originario y mundo vivencial. Es la reversibilidad entre lo vidente y lo visible, es anverso y reverso. Será tarea del espectador conciliar percepción y ficción articulando en este misterioso intercambio lo real con lo imaginario y su correlación entre interioridad y exterioridad. Para luego poder deambular en la reciprocidad de un espacio en recomposición continua, que no termina en la tela/ piel, al contrario, la obra solo será el inicio de una reflexión, o de un llamado a conjugar el verbo percibir.



Los Avatares en la pintura
Hay días excepcionales, esos pocos en los que el calendario contradice la lógica y la rutina. Hay días donde se nos está permitido suspender la marcha del tiempo ordinario y desafiar lo cotidiano. ...Leer más

Existe ese “otro tiempo”, el de la pausa atemporal y celebratoria, donde máscaras y disfraces transfiguran nuestra existencia.
Las fiestas populares, son el patrimonio cultural que perpetúa y revitaliza la diversidad étnica. La comunidad entera olvidando sus categorías sociales y raciales se reagrupa en los festejos. Pero, también son construcción simbólica, que pone de manifiesto creencias, mitos, imaginarios, identidades, mezclas y complejidades.
América conoce muy bien esos términos y Gabriel Álvarez los manifiesta eficazmente en sus obras.
Porque sus pinturas convertidas en espacios ceremoniales exteriorizan, precisamente, lo que en la fiesta abunda, elementos antagónicos y complementarios, la afirmación de los valores y la subversión, el caos y el orden, la ruptura y la regeneración.
El conjunto de obras que esta muestra convoca nos invita, con dedicada creatividad, a un desplazamiento que recoge y compensa historias y tradiciones locales e impuestas. Nos convida a un recorrido que atraviesa Latinoamérica como continente de colores profundos, de memorias colectivas y de realismo mágico.
Se nos propone una visión caleidoscópica, cuyo telón de fondo son las culturas mestizas, que lejos de presentarlas desde una visión monolítica, las convierte en diálogo dinámico. Las obras abordarán esta temática desde una encrucijada, desde las manifestaciones surgidas en los cruces, en el sincretismo. En algunos casos, incluso, como actos de contraconquista, de resistencia simbólica en su condición de posibilidad.
La trama reticulada, como constante en la obra de Gabriel Álvarez, es el principio estructurante para instalar un complejo sistema casi pictográfico, mediante el cual, denota y recrea seres, objetos y acciones dotándolos de vida. También recurre a especies de ideogramas que evocan y connotan las cualidades o atributos de los objetos figurados.
Este ordenamiento sistemático que provoca la percepción de sus trabajos, lejos de ser mera representación, nos vincula íntimamente al mundo de las creencias mágico-religiosas, de las experiencias y prácticas que atesoran el rescate de tradiciones orales. Reconquista el sentido de las fiestas y los rituales, actualizando sus usos y costumbres en la sociedad.
La materia es cuidadosamente seleccionada como medio expresivo, trabajada tramo a tramo, nada queda librado a la contingencia. Hasta el mínimo gesto, perceptiblemente azaroso, se plasma absolutamente meditado y calculado.

Los Toritos de Pucará
La figura del bovino en la cultura de la humanidad es milenaria. Dan cuenta de ello, innumerables representaciones y mitos. Pero, en el continente americano, el toro y la tauromaquia son recién implantados por la conquista española. Desde allí, las danzas y ritos que lo acompañan en sus diferentes manifestaciones y relatos, pasan a ser muy frecuentes a lo largo y ancho de Latinoamérica.
Uno de los temas escogidos para esta serie de pinturas, es el torito de Pucará, que se establecen como objetos muy presentes y representativos de la alfarería del distrito de Santiago de Pupuja, pero que entran en el circuito comercial en Pucará, Puno. Esta elección tomada como vestigio arqueológico y antropológico actualiza saberes sobre la cosmovisión andina y su reinterpretación a partir de la colonización. Cuentan las tradiciones orales que: los apus - deidades sagradas - los convirtieron en guardianes de las lagunas que desde entonces suelen ser la morada encantadora de estos toros “Se dice que nacieron cuando el Arco Iris desgarró sus colores y de esas entrañas apareció el toro, el cual representaba a la abundancia y la buena fortuna.
Antiguamente, los pobladores de esta región modelaban en arcilla pequeñas vasijas con forma de camélidos que se utilizaban en ceremonias rituales propiciatorias asociadas a cultos de protección y reproducción. Luego del sobresalto que ese toro foráneo, poderoso y salvaje causó, algunas investigaciones señalan que los toritos pueden haber sido elaborados, por sustitución, durante la campaña de la extirpación de idolatrías, para reemplazar a esos cántaros denominados, illas y también a las conopas. De allí su asociación en versiones del indio Kondori con el Illatoro. Este ser en la cosmovisión andina, como hijo de las deidades, vivía en el interior de lagos o cerros. Algunas veces portaban cadenas de oro en sus cuellos, otras eran irascibles toros de fuego, luego asimilados a la riqueza y fecundidad.
Luego de la conquista y como fruto del sincretismo, se actualiza la figura de este animal en el pensamiento mágico-religioso, vinculándolo, a la festividad católica de la Virgen de la Trinidad y a ritos paganos y carnales de marcación del ganado y pagos a la tierra. El torito se introduce, hasta hoy, en las creencias locales como portadores de prosperidad, felicidad y protección.
La tradición popular acostumbra colocar una yunta de toritos, en lo alto de los techos, para proporcionarle a sus moradores estas propiedades. Gabriel Álvarez, mengua la brutalidad del toro de fauces abiertas y lengua inquieta, que lame su propia sangre manando de sus fosas nasales. En las obras, el animal es alejado de su ferocidad. La sangre no está en su boca, sino en su cuerpo, tal vez, ganado marcado o torito herido. Los ojos desorbitados de la bestia nos brindan protección. Nos conmueven en una plenitud de colores, revalorizando la búsqueda de la simpleza en el ritual, subrayando el cuidado de los afectos y los vínculos. El tratamiento que el artista otorga a la materialidad y a las texturas, delicadamente acabadas y brillantes, nos devuelve al mundo de la tradición alfarera.

Toritos de Petate
En otras obras, Gabriel Álvarez, nos presenta la danza del torito de Petate, nombrado así por el material con que originariamente se lo construía. Esta figura está íntimamente vinculada al carnaval del Estado de Michoacán, pero también puede estar presente en otras fiestas religiosas. El fundamento de la presencia del toro en esta festividad es asimilable a un diablo seductor, pagano y provocador, que libremente se inmiscuye entre los pobladores el martes de carnaval, antes del miércoles de cenizas.
El carnaval se configura como un conglomerado simbólico. Desde sus orígenes remotos en las Bacanales, Lupercales, Saturnales, Matronales o ritos Dionisíacos, hasta la actualidad, representa un tiempo instaurado para abolir el orden establecido. Un período de desacralización e inversión del mundo, de la permisión y la transgresión. La fiesta de la lujuria, de la risa, la parodia y el grotesco. El cuerpo liberado es partícipe necesario y espectador de las más oscuras tentaciones. La mascarada celebra el caos, lo expresa, para luego regenerarse en un nuevo orden. En las obras, Gabriel, confronta la transcendencia de ambos toritos. Los de Pucará, presentados como benefactores y protectores de los hogares y los de Petate, que personifican al pecado, la lujuria y el demonio.
Algunas versiones, reconocen que mestizos, indios y otras castas, al no poder acceder a las fiestas bravas organizadas por los españoles, parodiaron este espectáculo creando este toro a partir de un armazón de madera, luego cubierto de petate. A lo que puede agregarse, el legado africano de los esclavos llegados en el siglo XVII. Para estos, la figura del toro se relaciona con el búfalo africano considerado por los bantús como un venerado ancestro totémico inmortal, figura emparentada a una especie de contenedor del espíritu y de la fuerza vital del ser humano. Esta danza, se convierte así en una construcción polisémica, donde diferentes tradiciones fueron enriqueciendo su práctica hasta confundirse en su concepción. Combinada con una teatralización y narración constituye en sí un discurso sobre las prácticas de los diferentes actores sociales de un pasado que flexiblemente se reactualiza o se resignifica en una cultura regional.
La ceremonia exhibe al torito de Petate embravecido, monumental y fastuosamente decorado, transitando las calles encendidamente, simulando una corrida y hasta puede batallar con otros toritos construidos para la ocasión. El cortejo es acompañado por una procesión, comparsa y orquesta. Algunos de los personajes que participan del evento son la maringuía: que es un varón vestido de mujer cuya función es acompañar al toro; el caporal: es quien provoca al toro para que baile y el apache: pintado de negro y falda roja que atemoriza a la gente para abrir paso al séquito. La fiesta finaliza el martes de carnaval, dando muerte al torito y repartiendo en forma simbólica sus vísceras, que no son más que alimentos que consume la población. Pero como toro imperecedero, prontamente renacerá y el orden será nuevamente instaurado.


Los Diablos danzantes de Yaré
El diablo aparece en muchas celebraciones en América, si bien esta figura es implantada por el catolicismo, reaparece en nuestro continente como una posible reinterpretación de antiguas deidades, vinculadas al chamanismo indígena y a las antiguas cofradías y sociedades secretas africanas. Demostrando, una vez más, como el conflicto y la tensión yacen como sustrato en el intercambio y conformación de las culturas. Gabriel introduce el tema rescatando a los Danzantes de Yare, como parte constitutiva de los festejos de Corpus Christi, en San Francisco de Yare, Estado de Miranda, Venezuela. Las Sociedades del Santísimo, conforman una hermandad mancomunada por un sentimiento de pertenencia que vincula sus propias tradiciones con el imaginario histórico.
La atribución central de la expresión religiosa, que data del siglo XVII, es la rendición de los diablos ante el Santísimo Sacramento como forma de solazar el triunfo ancestral del bien sobre el mal.
Los demonios enmascarados, danzan con algarabía por las calles, al compás de la música que brota de cajas autóctonas. La utilización de máscaras les permite ser otros, pero no oculta, sino revela una metamorfosis que lúdicamente restituye el orden establecido, la devoción y cumplimiento de promesas de agradecimiento. Esta reapropiación reviste características ambiguas, en el sentido que el mal, como lo prohibido y oscuro no se erradica, sino que se reconoce y se lo integra como parte constitutiva de la vida.
Los participantes de la danza alimentan la creencia que ese día el diablo “anda suelto” y puede incorporarse a quien lo personifica. Por esta razón están protegidos con amuletos, cruces de palma o de telas multicolores cosidas a sus ropajes, también pueden llevar rosarios y diversos accesorios que los identifican a diferentes cofradías religiosas.
Generalmente ataviados de rojo, poseen un orden jerárquico reconocible, representado en sus máscaras y tocados por la cantidad de cuernos que portan. El número varía, de cuatro a dos, siendo estos últimos los de menor rango, llamados Promeseros, ya que deben pagar una promesa religiosa por convertirse en diablos.
A Las mujeres en este catártico ritual, les está vedado participar públicamente, sólo lo hacen en la privacidad de los hogares. No portan máscaras, ni bailan y tienen la función de acompañar, prestando atención y servicio a los diablos y niños. En sus producciones, Gabriel, altera el rol femenino, convirtiéndolas en sugestivas y voluptuosas amantes, diablas amenazantes y vengativas, símbolo omnipresente de la lujuria carnavalesca. La ceremonia finaliza al atardecer, cuando el repique de las campanas de la iglesia reúne a la diablada, que vencida y sumisa se arrodilla ante las puertas de la iglesia para recibir la bendición. Gabriel Álvarez, a través de esta serie de obras, nos abre un mundo, conduciéndonos sin reparos y sin pausas al reverso de nuestro silencio. Empeñado en entorpecer nuestro encierro obstaculiza nuestra indiferencia. Para introducirnos, a la atemporalidad de las creencias mediante una iconografía que recopila formas de socialización y producción de saberes que recogen fuentes ancestrales, mezclas y formas de resistencias simbólicas. Esto es el espectáculo por antonomasia americano, la fiesta del espíritu. Y como cita Luis Millones Santagadea Las fiestas son eso: espacio, sonido, color para que las almas se entiendan.